domingo, 13 de septiembre de 2009

TAR: 1ª excursión de Bustarviejo a Garganta de los Montes


Como he estado muy liado los últimos meses, tengo un poco abandonado el Blog. Así que, aunque me faltan algunas entradas de aventuras y experiencias anteriores, voy a ir cogiendo de nuevo el pulso a escribir y colgar las actividades que para mi son importantes.
Voy a comenzar por la primera excursión que he realizado con mis compañeros de Fincas Tar.

El sábado 12 de septiembre por fin quedamos para realizar la primera excursión de compañeros de Fincas Tar. Llevábamos tiempo postergándolo porque es muy difícil ponernos de acuerdo en las fechas. Yo creo que también había un poco de vaguería, pues andan un poco desentrenados. Pero me he propuesto ponerles en forma a base de marchas por la montaña, ya que a base de regímenes no va a ser posible, comenzando por mi.

Este sábado habíamos quedado a las 10 de la mañana en Garganta de los Montes y la verdad es que fuimos muy puntuales. Allí nos encontramos Mariví, su marido Miguel, Carmenchu, Javi, Jaime, Miguel “Pentium”, Vicente y yo.

Como todavía no se sentían en forma como para realizar la excursión de ida y vuelta, decidimos dejar dos coches en Garganta y con los otros dos irnos hasta Bustarviejo, lugar de comienzo de la ruta.

La marcha discurre por una vía pecuaria muy tranquila y bonita a lo largo de unos 12 kilómetros en los que no se atraviesan poblaciones.

Desde el principio las bromas y el buen humor se sucedieron y las chanzas sobre lo “gay” que era la ruta me martirizaban sin descanso. De todas formas, ya sabía que según fueran pasando los kilómetros no iban a estar tan gallitos…

No puedo dejar de describir a mis compañeros de ruta, comenzando por mi mismo. Yo, en mi profesionalidad, iba cargado con botiquín, kit de “cagaleras inoportunas”, agua en camel-bag, barritas energéticas, navaja multiusos, bastones telescópicos y ropa técnica montañera de última generación.

Jaime optó por un look gaditano-playero, que consistía en: pantalones cortos de cuadros, camiseta con inscripciones haciendo apología del consumo inmoderado de cerveza, bambas blancas y mochila escolar azul clarito cargada con una nevera con seis cervezas y almendras.

Debo reconocer que me hizo mucha “pupita” el oír que, en la primera parada, lo mejor de la excursión estaba siendo ¡¡la cerveza fresquita de Jaime!! Ni siquiera eran los hermosos paisajes, la ruta excepcionalmente elegida por mi, ni la naturaleza en estado puro en un día soleado, aunque sin excesivo calor, y perfecto para andar. ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos…!

Carmenchu se decantó por un disfraz de árbitro, todo negro, aunque con mallas largas ajustadas y camiseta de Calvin Klein con letras de brillantitos y zapatillas negras de pilates de gimnasio de Pozuelo. Al conjunto no podía faltarle un bolso-mochila de cuero negro y unos tres o cuatro kilos de peso en colgantes varios, pulseras con ositos, pendientes a lo faralai, etc.

El resto de participantes combinaba con elegancia los pantalones piratas vaqueros, con los tenis, o las botas de montaña con las camisetas Kukuxumuxu con dibujos cachondos y de actualidad. ¡Vamos, un cuadro de grupo!

Como era de esperar, 6 ó 7 kilómetros después de las primeras chanzas y críticas a mi rutita de parapléjicos o de jubilados del Inserso, aparecieron las primeras críticas a lo malo del estado de la pista, de las roderas y piedras sueltas y que si el trayecto era cuesta arriba: ¡pero si en todo ese tiempo apenas habíamos subido 20 metros de desnivel! ¡Vamos, como si el estado del camino tuviera la culpa de nuestras barrigas cerveceras y contornos comparables al de un luchador de Sumo…!

Ya en el kilómetro 9 nos topamos con la única dificultad de toda la ruta: una señora cuesta de casi medio kilómetro de largo. Aquí las diferencias de forma física se hicieron palpables de verdad. Jaime, con todo su look playero y más cargado de cerveza en su barriga que la masa que desplaza el portaaviones Nimitz, tomó la delantera con pasmosa facilidad, dejando al resto de compañeros más tirados que una octavilla de rebajas del Lidel en el barrio de Salamanca.

Carmenchu, que no llevaba mal ritmo, intentaba infructuosamente adelantar a Jaime y ganar al que suscribe, por lo que perdió una coca-cola en una loca apuesta. Por supuesto, como de costumbre, no la pagaría pero esta vez por causas de fuerza mayor.

Al tran-tran, con un ritmo cansino y cochiquero, subían Vicente y Miguel “Pentium”, seguidos muy de cerca por Mariví. Claramente se veía que Mariví subía por encima de sus posibilidades, intentando mantener el ritmo de estos dos elementos, pues en el primer falso llano del primer tramo de la subida le dio un jamacuco y casi tenemos que avisar al Samur para que la reanime. Aunque no estaría tan mal porque, mientras avisábamos a su marido para que viniera a atenderla, ella aseguraba, entre respiraciones entrecortadas y jadeos, que casi mejor avisáramos a un mulato de metro noventa y músculos poderosos…

En la cola del pelotón, como durante toda la ruta, podíamos encontrar a Javi y Miguel “Pichón”, con un ritmo que no podemos considerar ni siquiera de cansino. Recuerdo que, en un par de ocasiones, un caracol les puso el intermitente y les adelantó sin piedad, profiriendo toda clase de exabruptos por ir tan despacio ocupando toda la pista.



Ya cerca de Garganta de los Montes, viendo que a ese paso no íbamos a llegar ni a cenar a Pinilla del Valle, decidí coger un atajo y atrochar hacia el pueblo por un senderito que se aleja de la carretera. La verdad es que fue un acierto y sobre las 14:15 estábamos degustando unas cervecitas en un bar cercano a la iglesia de Garganta. ¡Qué placer podía leerse en las caras de los aguerridos andarines! Ojalá se desplazasen por el monte con esa misma cara de alegría…

Como la suerte estaba de nuestro lado, justo cuando estábamos en la terraza del bar estalló una tormenta monumental. Llovía más que cuando enterraron a Zafra… Así que, salimos cagando leches hacia los coches y nos fuimos hacia Pinilla del Valle cayéndonos la del pulpo.

Cuando llegamos al “Corralón del Embalse”, restaurante en el que íbamos a comer, ya no llovía pero unos extraños nubarrones de tormenta salín del interior del coche de Carmenchu. Me llamaron y me acerqué para enterarme de que Carmen había perdido la cartera, presumiblemente en Garganta de los Montes al sacar el chubasquero y el paraguas.

Como conduciendo me fío menos de ella que de un acreedor cabreado y con un bate de béisbol en la mano, le propuse acercarnos con mi coche y ver si la recuperábamos. En Garganta seguía lloviendo como si le debiéramos dinero y el solo hecho de bajarnos a preguntar al bar supuso que nos pusiéramos como sopas. Nos dijeron que no habían encontrado nada y desandamos, en coche, el camino hacia donde habían estado aparcados nuestros vehículos. ¡Nada! Miramos todas las arquetas, pues diluviaba y todo lo del suelo confluía en ellas, cada rincón de la acera y la calzada por la que habíamos bajado y no la encontramos. ¡Algún amigo de lo ajeno hizo su agosto!

Desanimados, aunque no mucho porque tampoco la Carmenchu es de melodramatizar, volvimos al restaurante donde nos esperaban nuestros compañeros. Las explicaciones de rigor, los sentidos pésames, alguna bromilla distendida para relajar el ambiente y nos pusimos manos a la obra para disfrutar de un lugar con encanto y en el que, encima, se come bien.

El “Corralón” es un sitio realmente recomendable y todos estuvimos de acuerdo en volver con nuestras parejas para compartir el recién descubierto restaurante.

Disfrutamos una velada realmente agradable y nos reímos como enanos. Tanto es así, que todos se mostraron dispuestos a repetir la experiencia y para octubre ya hemos concretado otra ruta, de la que tendréis cumplidas noticias.