miércoles, 18 de febrero de 2009

Trópico de Cáncer. Destino inconcluso.



Vuelvo a publicar el segundo de los escritos de Mar. Le digo que es un poco monotemática con sus temas, porque vuelve a versar sobre África, a lo que me contesta: -escribo sobre nuestros viajes y como siempre son a África...- Ejem, ejem, me callo y me la envaino.
Espero que no os aburráis y que os guste. Señoras y Señores, con todos Uds.: Trópico de Cáncer. Destino inconcluso...


La idea de realizar una expedición al Trópico de Cáncer me sedujo de inmediato.
Quería pisar aquella tierra desconocida para mí, aunque no por ello indiferente. ¡El antiguo Sahara español!, ¿cómo miraría ese pueblo a los hijos de los traidores? ¿cómo le miraría yo?
Tendríamos que cruzar Marruecos de norte a sur y adentrarnos en el Sahara Occidental.

"La ocupación efectiva de todo el territorio por la administración española será en 1936, aunque España llevaba ya 50 años en la región. Hasta entonces Marruecos en diversos momentos reconoce no tener autoridad ni poder sobre Saguia El Hamra. Al ingresar España en las Naciones Unidas en 1955, debe someterse a los principios de descolonización. En 1965 la ONU proclamó el derecho a la autodeterminación del Pueblo saharaui e instó a España a que agilizara su descolonización. Marruecos y Mauritania se apresuraron a pedir parte del territorio. A principios de los años 70, España decidió convocar un referéndum de autodeterminación y empezó a elaborar el censo de la población. En 1975, en medio del proceso de la transición democrática iniciada en España con la muerte de Franco, el gobierno español procede a la entrega del territorio a Mauritania y Marruecos. Comienzan los enfrentamientos armados entre el ejército de liberación Popular saharaui (Frente Polisario) y las fuerzas armadas Marroquíes. Pronto Mauritania renuncia a sus derechos sobre el territorio, pero Marruecos continúa la ocupación llevando civiles a la zona, que serán votantes en el próximo referéndum (una y otra vez aplazado). De esta manera, Marruecos va poblando lentamente las ciudades con personas a las que les paga todo para que vivan en el Sahara, que sus hijos sean Saharauis y voten en el referéndum a favor de Marruecos. La población saharaui civil se vio obligada a huir a la región argelina, instalándose en cuatro grandes campamentos en la Hamada (Tinduf), uno de los lugares más agrestes y duros del Sahara. Allí han construido talleres, huertos, hospitales, escuelas. Continúan a la espera de la solución del conflicto."

Llegado a este punto levanto la vista del cuaderno de viaje preparado por nuestro jefe de expedición. La historia que acabo de leer me salpica. Me domina un sentimiento de vergüenza y expectación.
El mes anterior a nuestra marcha estuvo marcado por una actividad frenética. El coche fue desmontado y transformado totalmente. Portábamos un depósito adicional de gasoil de 180 litros, 60 litros de agua, comida y ropa (las noches en el desierto serían muy frías).

La erótica del viaje desaparece en la frontera de Ceuta frente a una horda de cantamañanas, tunantes y vividores. Los niños púberes se acercan al coche con una sonrisa de oreja a oreja y, como si de mera retórica se tratara, nos piden mil euros. -¿¡¡MIL EUROS…!!?- pregunto a mi vez, casi grito. Pero ellos siguen sonriendo. ¿Están locos? ¡No saben lo que hay que trabajar para ganar esa fortuna!
Seguidamente nos abordan los “organizadores”. Éstos te indican la fila en la que debes situarte (y mira que yo creo que la otra tiene menos gente, pero si él lo dice…). Por fin llegamos a la ventanilla que nos señala (en la que el aduanero, misteriosamente, no está y a la que tarda más de quince minutos en regresar). Una vez acomodado en la destartalada butaca, pausadamente, no hay prisa, teclea “a dos dedos” el ordenador (¿¿¡¡un Spectrum!!??) y nos dice, como si nada, que no tenemos los papeles en regla. ¡No podemos pasar! Llego a la conclusión de que hoy me he levantado torpe y que mi francés de bachillerato está hundiéndome en el atolondramiento y jugándome una mala pasada. Lo que yo no sé es que aún queda lo mejor por llegar… falta el último del escalafón: “el traductor adjunto a la oficialía de Aduanas”, el peor perillán de todos. Éste nos traduce, con mucha pena, lo que nos está gritando el Oficial de Aduanas: que nos falta un papel “importantísimo”, sin el que no podremos cruzar la frontera. Se trata del papel sellado con la salida de Marruecos de otro coche que utilizamos en nuestro ¡antepenúltimo! viaje.

Me río pero en realidad tengo ganas de tirarme a la yugular del truhán. Fran intenta razonar con el de la ventanilla a través del traductor: - desde entonces hasta este momento he realizado dos viajes más a Marruecos y no me han pedido el papel del coche con el que salí del país en el 2.004-. El Sr. Truhán encoge los hombros, yo resoplo y, antes de empezar a increparle, Fran, con media sonrisa y entre dientes, me susurra: - calma, si me piden 500 euros se los doy, pero no me vuelvo a casa.
Me trago un cargamento de protestas. Tras mucho discutir nos ponen el sello de entrada, como si de un favor se tratara, y mi Fran suelta al viejo intérprete 100 Dirhams (10 Euros). ¡La representación y puesta en escena de esta pantomima puede catalogarse de Oscar!
Refunfuño en la cama recordando lo sucedido, al tiempo que Fran me susurra, como quien no quiere la cosa, que nuestro coche ha empezado el viaje con un sonido un poco raro. Estamos en un Hotel de Casablanca, es el comienzo de la aventura; sobre la cama sólo veo oscuridad… Hago examen de conciencia: ¡si, hemos seguido el juego a los de la Aduana y el coche tiene un ruido raro…! ¿Acabaremos el viaje? Suspiro. A mi memoria me llegan imágenes de la bruma en un aeropuerto: Bogart se despide de su chica (es peor tragedia que la mía)… - Siempre nos quedará París -, le digo a Fran al oído, pero su respuesta es una respiración profunda y pausada.

Vamos bajando, por la costa, hacia Smara, la puerta a nuestro destino. La ansiedad nos domina hasta el punto de no valorar en su justa medida el bello recorrido que hacemos por la costa hacia Essaouira. El mar está algo bravo y las olas rompen contra rocas y acantilados. Las pinceladas rojas, salvajes, sobre el cielo aterciopelado de Essaouira nos hacen boquear y aplazar la emoción del objetivo.

Seguimos nuestra ruta hacia el sur. Los controles policiales se suceden. El jefe de expedición parece no darles importancia, pero yo me inquieto. Nos advierten repetidas veces que no nos salgamos de las rutas conocidas ya que hay riesgo de minas. Minas heredadas de la guerra librada entre Marruecos y el Frente Polisario por el control del Sahara.
Cerca de Smara circulamos por pistas utilizadas por el Rally París-Dakar. La cara de nuestros pilotos es un poema, pero la de mi Fran es espectacular. No interrumpo esa comunión. Por un momento están en el Dakar. A través de una inmensidad regia, silenciosa, circulan a gran velocidad, prietas las manos en el volante, las mandíbulas rígidas. Sólo habla el polvo levantado por las rodadas de los coches. La pista, una llanura interminable, no es otra cosa que un lago seco. De repente, gratuitamente, se nos hace una ofrenda soberbia: un espejismo… ¡El mar por nuestra derecha!
Las emisoras siempre calientes y en acción, ahora están silenciosas. Todos estamos sobrecogidos por el momento mágico en medio de esta serena belleza. ¿Qué importa el precio que vamos a pagar por este día?

La jornada ha terminado y se efectúa el reagrupamiento y el recuento de daños. Los coches han sufrido mucho. A Josepe se le ha roto el soporte del filtro del gasoil (lo sujetamos como se puede con una vieja cincha y unas cuantas bridas de electricista). A Javi le suena la amortiguación. Juanqui descubre que tiene partido el amortiguador delantero. El nuestro, resiste aún.
Cuando llegamos por la noche a la ciudad de Smara, lo único que deseamos es una ducha, la cena y dormir a pierna suelta, pero la realidad se ríe de nosotros. Smara es una ciudad-cuartel ocupada por Marruecos. El único Hotel que hay se distingue por la falta de baños en las habitaciones y por la existencia de una letrina infame en el pasillo común. En la cena, más que el trozo de camello seco que ocupa mi plato, me preocupa la discusión que mantienen, alejados de las mesas, dos jefes: el de nuestra expedición y el de la policía local.
-Nos prohíben continuar el viaje hacía el sur –nos comunica nuestro Jefe de expedición.
Dicen las autoridades marroquíes que es por nuestra seguridad, pero a mi me huele a patraña. ¿Qué autoridad tiene Marruecos sobre esta tierra libre?
Somos sospechosos. Se niegan a que prosigamos nuestro viaje. Piensan que somos una ONG encubierta. No quieren reportajes, ni ayudas para una gente que “no lo necesita”.
Como si hubieran leído nuestros pensamientos, nos informan que nos darán escolta en la ruta de regreso (siempre por carretera, nos advierten).
En nuestro grupo se produce la escisión. Los que no quieren provocar la cólera de las autoridades marroquíes, y los que reivindicamos nuestro derecho al pataleo. Mi Fran, al que no elegí precisamente por su mansedumbre, capitanea el grupo rebelde.
Y como la mentira es un arma de destrucción, sin control, patrimonio de toda la humanidad, aseguramos a las Autoridades, con el más puro gesto de inocencia que nos sale, que, frustradas nuestras expectativas de llegar al Trópico de Cáncer, nos volvemos a España, directos, sin escalas.

Debemos hacerlo bien, digo, mentir, porque no insisten en acompañarnos. Se suceden los controles, pero en cuanto vemos el momento adecuado, con la guardia baja y sin vigilancia, abandonamos la carretera general y nos adentramos por pistas inhóspitas, perdiéndonos en la nada.
La jornada nos ha vuelto a pasar factura. El coche de Josepe se va deshaciendo a cada bache con serias consecuencias, siendo la más significativa la rotura del latiguillo de la bomba de freno. En algún momento tendremos que abandonar nuestra clandestinidad y buscar alguna población donde arreglen los frenos estropeados. Hasta entonces, descansamos en algún lugar de la nada, bajo un cielo espectacular cuajado de estrellas.
El nuevo día nos impone como objetivo llegar a la población de Assa, donde probablemente encontraremos algún taller mecánico que arregle los frenos a nuestro compañero. Hemos comenzado la ruta entre las montañas, por una pista completamente rota, donde un Bereber, al que hemos llenado el depósito de su motocicleta, nos insiste en que circulemos por las pistas señalizadas por el peligro de las minas enterradas. Por nuestros ojos desfilan restos de camiones calcinados y trincheras abandonadas. Pero el verdadero ambiente hostil se respira en Assa.
Entramos despacio por su calle principal. Los marroquíes, aficionados a la tertulia en la calle, observan nuestra comitiva con mirada inescrutable. De repente, una piedra es lanzada contra la ventana trasera del Nissan de Miki, que se rompe en añicos. Muchachos adolescentes se abalanzan sobre el Mitsubishi de Carlos, arrancando la bolsa de basura que transporta en la rueda de repuesto. Cerramos las ventanillas, los seguros y seguimos en caravana hasta el desvencijado taller mecánico donde parece nos arreglarán el coche.

Hay tensión, miedo, agobio. Empiezan a conglomerarse a nuestro alrededor niños. Van de adulto en adulto pidiendo regalos. María está lívida, el miedo aún no le ha abandonado, Miki, su marido, está crispado. Pienso que tengo y puedo hacer algo. Llamo la atención de los niños con gestos cómicos que les arrancan una sonrisa. En unos minutos han dejado de ser una amenaza, tan solo son niños ávidos de risas, de pronunciar sus nombres y cantarme sus canciones. Cuando, por fin, nos subimos a los coches y abandonamos Assa, una treintena de niños nos dice adiós con las manos levantadas.
Ha transcurrido jornada y media y ya estamos en camino hacía Marrakech. Conservamos aún en nuestra mente y retina las tremendas imágenes vividas en los cien kilómetros del cañón recorrido.
Una vez dentro de él, no hubo vuelta atrás. Los frenos de Josepe volvieron a fallar. Siempre hacia delante, no había alternativa, fuimos recorriendo las paredes del gigante de piedra. Se sucedieron pueblecitos que surgian entre las piedras, ricas huertas y palmerales. Caminos trialeros dificultados por su estrechez y altura. Josepe, viejo lobo de mar, no abandonaba su buen humor mientras tiraba, ora de reductora, ora de freno de mano; ninguno le quitábamos el ojo de encima.
Ya en la frontera de Ceuta, somos once rebeldes sin causa. El sabor de la aventura vivida nos reconforta la frustración del objetivo anhelado y no cumplido.


Dejo el teclado y me recuesto en el sillón releyendo las últimas líneas escritas. Oigo trastear a FRAN en el garaje con el coche. Ha vuelto a desmontarlo y a llamarme… no encuentra nada (porque todo lo escondo, dice). Empiezan los preparativos. ¡Volvemos a África! Dentro de cuatro meses, iremos a los campos de refugiados de TINDUF, a través de ARGELIA. Aún no hemos terminado.

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