domingo, 15 de marzo de 2009

Te escribo estas líneas...

Ya sé que me decís que los artículos de este blog son muy largos y que no son fáciles de leer (por temas de tiempo). Pues yo os digo que la "prisa mata" y que hay que leerlos en varias veces. Para mi son importantes: son reflexiones de Mar de sus primeros viajes a África y, como me gusta cómo escribe y se prodiga poco en cultivar ese talento, he decidido recoger los pocos escritos que tiene. Este es la recopilación de una serie de cartas que se escribieron ella y su amigo Josito, una vez que volvimos de un viaje fallido a los campos de refugiados de Tindouf. Para mi (no soy muy objetivo) son muy interesantes:


Querido amigo:

Transcurridas unas semanas desde nuestra última aventura africana, te escribo estas líneas para, juntos, rememorar aquellos días.
Desde esta distancia, los recuerdos de la aventura pasada impregnan mis sentidos de colores blancos, azules y dorados, de un sabor a madera joven, de sonidos casi imperceptibles y de olores a mar y arena.

Este viaje era diferente a los anteriores, pues a la aventura se acompañaba una buena dosis de solidaridad y apoyo humanitario. El objetivo era llegar a los campos de refugiados Saharauis en Tinduf. Ocho mil kilómetros. Dieciséis días, atravesando Marruecos para, desde Mauritania, subir por la franja del Sahara Occidental (entre Mauritania y Marruecos) tierra celosamente custodiada por el Frente POLISARIO y peligrosamente amenazada por el ejército marroquí.

El reclamo nos vino a través de una revista. La idea de llevar ayuda humanitaria a los campos de refugiados de Tinduf nos sedujo desde un principio. Solo me bastó hacerte una insinuación para que tu espíritu aventurero despertase; ya no te conformabas con leer las crónicas de mis viajes, quisiste vivir en tu pellejo las experiencias y sensaciones que te contaba a mi vuelta de aquellos.
Y así, tres “todo terrenos”, seis amigos madrileños (tres pilotos y tres copilotos), partimos hacia Sevilla, allí nos reuniríamos con el resto de los coches (once coches venidos desde Cataluña, Aragón, Asturias, Valencia, Guadalajara… y los dos sevillanos que constituían “la organización”).


Querida Mar:
me dijiste que había una plaza de copiloto libre. No lo pensé ni un momento. No pregunté nada. África siempre me ha seducido. No sé si porque es la cuna de la humanidad, y uno tira siempre a los orígenes, o por sus gentes que conservan cosas que acá hemos perdido, o por las imponentes noches de luna nueva e infinitos guiños de luceros en el desierto, o por la inmensidad serena de sus desiertos salpicados de dunas moldeadas por un viento que esculpe voluptuosamente la arena, o vaya usted a saber por qué..
Había acabado un curso muy duro y llevaba varios años sin vacaciones. Lo que me proponías era la mejor excusa para preparar los macutos y emprender un viaje bajo las banderas de la solidaridad y la aventura. Quizá por ello no eché en falta la más mínima información de "la organización" (las comillas están bien puestas) y fui siguiendo vuestros consejos: pasaporte, antitetánica, seguro de repatriación, "fichés"... y, sobre todo, mucha ilusión y ganas de disfrutar con entornos nuevos, gente diferente y la expectativa de aliviar un poquito las calamidades del sufrido pueblo saharaui.
Compré un mapa de Africa y en vano trataba de trazar sobre él la ruta. Tan pronto era Almeria-Argel, como Tarifa-Tanger. Mi talante aventurero me hizo desdeñar esos "detalles". No hay nada tan tranquilizador como la ignorancia. El paso de los días me haría entender más. Hoy, con más distancia, lo veo aún más claro. Pero no precipitemos la historia.
Pocos días antes, en el Fosters Hollywood, conocí al resto de los componentes del comando expedicionario, incluido Toni, el que sería mi piloto a bordo de su Toyota Land Cruiser D4D (creo que lo escribo bien; a mí con estos cacharros me pasa lo que a ti, me basta con saber donde tienen el contacto).
Llegado el día D, gracias a un completo (¡y tanto!) listado que me pasó por email Fran, pude preparar mi impedimenta, botas militares de caña alta, botas de trekking, plumas, GPS portatil.... etc. Si no es por mi hijo, que se llevó más de un injustificado gruñido por mi parte, no logro cerrar las cremalleras del petate... Sin duda no caí que era una expedición estival y para sorpresa de mi piloto me presenté con poco menos que todo el ajuar... ¡de invierno!
En efecto, tras dormir poco y con los nervios de los niños la noche antes de su primera excursión, llevé todo el petado equipaje a bordo de mi flamante Citröen BX 19D, año 1985, que, puestos a mostrar pedigree, el mío tendrá más años pero no tiene menos letras que los 4X4 de estos chicos. ¡Ah! Y cuenta con equipamiento no de serie (¿de que suena esa palabra?) que evita todos los radares: es incapaz de pasar los 100km/h cuesta abajo.
Así las cosas, emprendí reposado viaje hacia Sonseca donde había quedado con Toni. Allí estaba él, con Blanca, su mujer y... una inmenso carro repleto de toda suerte de artilugios que Toni pacientemente me fue presentando: aquí las eslingas, allí los grilletes, este el cable de toma del cabrestante, ese el termostato de la nevera, aquella la ducha... Yo iba saludando tímida y cortésmente a todas las piezas sin saber que días más tarde tendríamos ocasión de intimar bastante más. Casi sin darme cuenta estaba ya con la llave del coche ostentosamente colgada al cuello, auténtico rito de consagración de copiloto novato. "No te separes de ella", me dijo solemne el piloto. "Y vigila que no se deje el pasaporte en cualquier sitio", me susurró su esposa mientras se despedía de él...


En un hotel de Sevilla nos reunimos con el resto de la expedición. No conocíamos a nadie, y allí comenzaron los primeros contactos: primero el nombre, seguido de los apellidos, esto es, tipo de coche y experiencia en viajes africanos. A medida que recorríamos el parque móvil del hotel y examinábamos los once coches con sus pilotos y copilotos, notaba en los nuestros (mi FRAN, JUANQUI y TONY) cierta arruga de preocupación. Apenas oí los susurros entre ellos: “no vienen preparados”-chascaba la lengua FRAN. -“¿Alguien les ha informado de las condiciones del terreno al que nos enfrentamos?”-se preguntaba TONI recorriendo con la mirada los coches. Tú y Yo, ajenos a estas preocupaciones y emocionados con los preparativos, íbamos de un coche a otro saludando, admirando cómo se preparaban los que serían nuestros compañeros de viaje. Allí, sobre el pavimento, amontonaron numerosos paquetes y bolsas que debíamos repartir entre todos los coches. Era la ayuda humanitaria que llevábamos al pueblo Saharaui refugiado: ropa, material escolar, medicamentos. ¿Qué podía fallar? Representantes del FRENTE POLISARIO tenían conocimiento de nuestra llegada, llevábamos salvoconductos y un guía que se uniría a nosotros en MAURITANIA y nos conduciría por zonas seguras hasta nuestro objetivo. El paso de la aduana por Tánger hasta Rabat es más para echarla en el olvido que para narrarla. Doce horas probaron nuestra paciencia y buen talante. Los siguientes dos días fueron una sucesión de averías en los coches, que íbamos solventando con suerte y pericia. Del despego y vacuidad mostrados por “la organización” emergió una sensación de inquietud que rápidamente se convirtió en la certeza de que estábamos solos, sin respaldo y/o cobertura organizativa. Estarás de acuerdo conmigo, querido amigo, que quizá por ser más novatos, el resto de los expedicionarios bajaban fieles y confiados, ajenos al peligro que podía suponer miles de kilómetros sin combustible y agua por el desierto. En un principio, esta situación provocó en nuestros tres pilotos tensión y desasosiego, más la experiencia y el ánimo aventurero que los caracterizan lo transformó en decisión y gusto por una aventura que comenzaba escrita con renglones torcidos. “¡Que buen vasallo, si tuviera buen Señor!”, reza el viejo romance castellano del Mío Cid. ¡Qué buena gente formaba el grupo! Veinticinco Quijotes, venidos de diferentes puntos de España, ávidos de aventura, pero también deseosos de ser útiles, de aliviar en poco o en nada a aquella gente doliente, olvidada. Cincuenta grados sobre una arena ardiente y un viento lacerante. Coches que se atascan, se hunden en la arena, y los tres mosqueteros de Madrid (porque así nos llamaban) ora sacan al Terrano, ora al Toyota, ninguno debe quedar, todos o ninguno, y el sol implacable va cobrando sus víctimas… pocos se dan cuenta de que “la organización” va en cabeza, contando chistes andaluces, quizá para no oír la llamada de auxilio. Por la noche, algunos duermen: el día ha sido agotador; otros intentan, en vano, calentar un caldo. El viento arrecia. Los ojos, entrecerrados, apenas podemos abrirlos, mientras masticamos una mezcla de salchichas con arena intrusa. Sólo JUANQUI parece darse cuenta de que SAAD, nuestro guía, no ha cenado. Un poco alejado del grupo, como para no molestar, sentado en la arena, observa. No ha traído nada. Ha venido con las manos vacías. Le invitamos a nuestra mesa y, cortésmente, acepta nuestro caldo aderezado con arena, pero no nuestras salchichas. -¡Es cerdo!–, explica. Nuestro cerebro recalentado tarda en comprender y farfullar una disculpa.

Querida Mar:
coincido tanto en las apreciaciones de tu última carta que no dedicaré tiempo a glosarlas. Me queda la memoria del hotel de Sevilla y el famoso "briefing" que nunca llegó para explicarnos con detalle el viaje y los cambios habidos. Recuerdo con humor la noche en que, sin duda por las previsoras gestiones de la organización, Tony y yo tuvimos que dormir ¡en cama de matrimonio! Para tu tranquilidad te diré que pernoctamos como los matrimonios mal avenidos: cada uno mirando a un lado del tálamo conyugal. Estábamos al principio de la aventura. Daba gusto contemplar tanta ilusión en todos los que animosamente se iban incorporando a la aventura con cuerpos aún descansados (rostros todavía bien rasurados de los hombres y cutis con recuerdos recientes de maquillaje en las chicas) y, sobre todo, espíritus prestos a la aventura. Yo alucinaba con los coches y todos sus complejos archiperres. Aprovechaba para ensanchar pecho como copiloto ante quien, admirado ante los artilugios de nuestro flamante 4x4, preguntaba acerca de su utillaje, explicándolo como mejor podía: la cocina tiene un tapavientos que...., el toldo lateral..., pues la ducha.... Se me han escapado muchos detalles, pero no puedo olvidar la calurosa espera del paso del estrecho, aliviada por los toldos, un aceptable servicio de suministro gratuito de agua y, sobre todo, la camaradería. Igualmente, la llegada a Rabat y los primeros km. de asfalto en un Marruecos que parece irse desarrollando económicamente, sobre todo a juzgar por... el concesionario Nissan que tocó visitar enseguida al GR que patroneabais a causa de la avería que tuvo.
Solucionada in extremis la avería, continuamos viaje hacia Rabat no sin advertir el buen lote de radares móviles adquiridos por la Gendarmería Real para controlar el tráfico en las principales carreteras del norte del país. A propósito, en uno de los pueblos, ya que no "puntos", sí nos clavaron 400 dirham por exceso de velocidad (medido a ojo, sospecho). Aunque el "municipal" en un gesto de solidaridad para con los "hermanos españoles" optase por "rebajar" a la mitad la suma, eso sí, quedándose él con la parte correspondiente, mientras que con pasmoso cinismo, sin duda bien entrenado, hacía los famosos gestos del simio que no ve, no oye y no habla. Recuerdo también la entrada al Sahara, los primeros atranques de los coches, la ilusión de primerizo por sacarlos del aprieto. Rebaje de arena de los bajos, eslingazo, cabrestante y, a lo peor, las planchas de aluminio bajo las ruedas. No te ocultaré que cuando la operación se iba reiterando, sobre todo si había más de 50 grados, la inicial ilusión se tornaba en cierto desasosiego cada vez que alguien quedaba tirado. Al coche de Tony, mi piloto, lo empezaron a llamar el "coche nodriza". Veloz acudía en auxilio de quienes tenían dificultades prestando toda la ayuda técnica y mecánica precisa. No es mi mundo el de los coches, ni el del 4x4, pero la parte aventurera prometía. Ya te anticipo que la otra, la de encuentro con otras gentes, con otra cultura, el acoger lo que tienen que decir (antes de dar) y, a la postre, compartir lo que pomposamente llamamos en el Norte "ayuda humanitaria" me resultó bastante decepcionante. Para serte sincero, sin retirar lo anterior, quizá compensó aquella noche de desierto y conversación abierta y amistosa hasta las tantas de la madrugada con Saad, nuestro guía en la zona liberada por el Frente Polisario. Imperceptiblemente, en animada y sincera conversación, tratando de lo divino y de lo humano, acabamos bastante alejados del campamento militar. Pero esta noche tan interesante será motivo especial de una próxima carta. Un beso y hasta la tuya. Josito


A SAAD, nuestro guía, le conocimos e incorporamos a nuestro grupo en la ciudad mauritana de Nouadhibou. De vez en cuando interrumpe nuestras chanzas y comentarios por la emisora para recordarnos que no debemos mencionar datos de nuestro recorrido… los marroquíes están al acecho y nuestro paso por aquellas tierras debe pasar desapercibido. Solo más tarde sabremos que no es un simple guía. SAAD ha sido durante tiempo representante del FRENTE POLISARIO en varios países. Por motivos personales se ha retirado de la militancia activa.
SAAD calla y observa. No puede pronunciarse, es un simple guía contratado por la organización, pero él comienza a tomar partido, reconoce el valor, la entrega a los demás y la admiración por esta tierra... acepta nuestra comida y compañía.
Esa noche en la tienda de campaña me siento abatida. No sé si podré soportar tres días más como éste. Mi pelo es una maraña de nudos y arena, y el cuerpo una mezcla de sudor y tierra. He soportado bien los cincuenta grados abrasadores. He ayudado en los atascos de los coches como uno más. El resto de las mujeres se negaron a salir de los coches, y las que lo hicieron sufrieron golpes de calor que las dejaron noqueadas todo el día. Pero por la noche me siento abatida, cierro los ojos e intento no pensar en mañana; pienso en tu manía de dormir al aire libre, bajo las estrellas. Con la ventisca de arena que tenemos no sé si te encontraremos. FRAN se ha colocado unas gafas de soldador para proteger sus ojos de la arena; le oigo desde la tienda bromear y hablar con unos y con otros; no sé si es para animarse o para animar a los demás: ha sido también un día muy duro para él…
El descanso nos ha venido bien a todos. Iniciamos la marcha con mejor ánimo. El JEEP rompe la transmisión, el Kía Sportage los amortiguadores: ella está asustada, él se pregunta cómo lograr terminar el viaje en esas condiciones. FRAN, TONI y JUANQUI hablan con el grupo, hay que quitarle todo el peso y repartirlo entre los demás. De nuevo no hay peros, todos responden como uno.
Ralentizamos la velocidad. El combustible escasea. No existe repostaje cada doscientos kilómetros como nos anunció la organización. Confiamos en encontrarlo en el primer cuartel POLISARIO ya no lejos de nosotros.
Llegados al primer emplazamiento POLISARIO ( tres barracones formando un circulo) nos acogen con cordialidad y nos ofrecen lo poco que tienen. Pero lo poco que tienen para nosotros es un tesoro. La cisterna con agua y el barracón para la ducha que en otra ocasión nos daría reparo y rechazo ahora me provocan lágrimas de agradecimiento. Después del baño veo las cosas diferentes, incluso la falta de combustible y la imposibilidad de obtenerlo allí no nos desquicia y divide. Debemos proseguir nuestro camino; en el próximo cuartel nos aseguran que habrá repostaje.
Nos despedimos de aquel puñado de hombres sin comprender de dónde les nace la esperanza de poder lograr en un futuro próximo la reconquista de estas tierras. Su tierra. Su infraestructura es paupérrima, su número exiguo. Han esperado en vano ayuda internacional al conflicto con Marruecos. Sus hijos han sido enviados a las universidades europeas y americanas para su formación. Quieren un país libre, habitado por hombres libres y preparados. La ONU ha fracasado, el referéndum no llega. La tela de araña tejida por Marruecos va cubriendo esta tierra prosperando día a día su colonización…estas consideraciones nos mantienen mudos durante varios kilómetros.
Llegados al segundo puesto militar ( más grande e importante que el primero) no nos cabe duda que obtendremos combustible. Conocen el objetivo de nuestro viaje y nos informan que en la población de TAFARITI, cerca de Tinduf, hay una recepción esperándonos. Gente venida andando desde cuatrocientos kilómetros esperan nuestra llegada.
Llevamos, a penas, treinta minutos en tierra y comienzan los problemas. Definitivamente no podremos llegar hasta Tinduf; de hacerlo deberíamos pasar la frontera Argelina, sello en el pasaporte que nos acarrearía problemas de entrada en Marruecos. Por lo tanto nuestro objetivo final sería TAFARITI, lugar donde depositaríamos la ayuda humanitaria transportada. El segundo problema que se plantea es el combustible…¿se nos garantiza el combustible de vuelta?.
La organización conversa con el jefe del puesto alrededor de un té. SAAD, nuestro guía, no se rinde, ora habla por teléfono ora con el mando del puesto. Nosotros, mientras observamos de reojo dichas maniobras, visitamos las instalaciones, entre las que se encuentra un recién construido hospital ( aún no en activo) con ayuda española.
La organización nos reúne a todos augurándonos un negro futuro. No se nos garantiza combustible para la vuelta, y si lo hubiera no se nos garantiza el precio del mismo, el cual podría ser desorbitado dada la evidencia de nuestra necesidad. La organización nos recomienda darnos la vuelta. Dejar en este puesto la ayuda humanitaria transportada y desandar lo andado recalando en alguna playa.
Como si de un mazazo se tratara, nos quedamos sin sangre en las venas. Las caras de mis compañeros eran un poema de decepción: la de la pareja de médicos que transportaban las medicinas; la de los de Carabanchel que transportaban material escolar; los que traían equipamiento deportivo… seguidamente se atropellan las preguntas en nuestra boca ¿cómo es posible? ¿no se nos había garantizado combustible, seguridad?...
SAAD reaparece y nos comunica que en una hora tendremos combustible suficiente para llegar a TAFARITI. El transvase del preciado líquido a nuestros coches es todo un espectáculo de arte rudimentario. El espectáculo realmente triste es el ofrecido por el sevillano a la hora de pagar al comerciante sus oxidados y abollados bidones precariamente llenos de gasoil. Su regateo y adusto gesto ronda la ofensa, su conclusa versión acerca del carácter “taimado de todos los moros” hace que me avergüence y no pueda sostener la mirada de SAAD. Mi siempre generoso FRAN zanja la cuestión dando una buena propina (que seguirán todos los demás) a nuestro proveedor.
Por la noche, después de cenar el Tallin de cordero con el que generosamente nos han invitado nuestros anfitriones, estalla el motín.
El negro panorama con el que nos ilustra la organización hace que la mayoría de los compañeros no quieran seguir. El miedo al desastre en medio de aquella vasta y ardiente tierra les hace decidirse a seguir a la organización de regreso. Nosotros tres no queremos regresar, pero tampoco tenemos capacidad para transportar toda la ayuda humanitaria, amén de carecer de guía. La decepción está pintada en la cara de todos.
Hacemos saber que nuestros tres coches se desmarcan de la organización y que seguiremos el viaje por nuestra cuenta ( FRAN lleva un recorrido alternativo en su ordenador ¿ tal vez desde el principio tuvo dudas del éxito de este viaje?, nunca deja de sorprenderme). Dormimos dentro del acuartelamiento, en el patio, al raso, bajo una manta de estrellas.
Al día siguiente, son cuatro coches más los que se unen a nosotros, los de la organización nos miran de reojo. Toda la ayuda humanitaria que transportábamos es depositada ( bajo inventario) en el puesto militar, ellos se encargarán de hacerla llegar a su destino. SAAD nos pide una conversación privada. Nos manifiesta su enojo, decepción y tristeza por como se han desarrollado los acontecimientos. Se siente ofendido por los sevillanos, su pueblo ha sido ofendido, cuestionando su palabra. Los saharauis sabían de nuestra llegada, nos esperaban en TAFARITI -¿cómo podéis pensar que os íbamos a dejar desamparados en nuestra tierra? –pregunta.
Y efectivamente, él no nos deja desamparados. Ha hablado con el jefe del puesto militar. No van a dejarnos solos por su tierra, nos ha procurado un guía entre los militares del acuartelamiento. Nos orientará por zonas seguras hasta nuestra entrada a MAURITANIA. La vergüenza y agradecimiento se mezclan en el abrazo que le damos de despedida. Nos ruega que le informemos cuando estemos en tierra Marroquí.
–No estaré tranquilo hasta que no me llaméis- ruega.
Nos despedimos del resto de la expedición, nos veremos el día 14 en LAAYOUNE, subiendo hacia ESPAÑA. Ya no somos los tres mosqueteros, nos han vuelto a bautizar. El polvo que las ruedas de los siete magníficos levantan al marcharse van desdibujando la silueta de los que se quedan atrás.
Lo que aconteció en las jornadas siguientes es motivo para una nueva crónica, baste decir que se sucedieron días inolvidables de camaradería y belleza. Pequeñas aldeas destartaladas, niños descalzos de grandes sonrisas, valles y parajes de belleza impresionante, oasis escondidos, la incomparable ciudad santa de CHINGUETTI Patrimonio de la Humanidad (7ª ciudad santa del Islam), kilómetros y kilómetros de playas solitarias habitadas por grandes mamíferos marinos varados en sus arenas, poblados de pescadores junto a hileras de cayucos, hombres jóvenes saliéndonos al paso pidiéndonos que los lleváramos a la tierra prometida…e inconmensurables puestas de sol.
Quiero, amigo mío, quedarme en este punto de mi narración, y conservar en mi memoria estos últimos recuerdos. Lo demás, el reencuentro y la despedida solo lo salva la generosidad y buena disposición de veinticinco hombres y mujeres que quisieron, y no pudieron por unos días reencarnarse en “el otro”.
Un abrazo fuerte como el mundo.
Mar

Querida Mar:
ahorraré reiterar detalles ya narrados por ti. Me quedo con lo más positivo de lo que cuentas: la noche en el Campamento del Polisario, después de una tarde desagradable en plan Gran Hermano, fruto de la desorganización y la paradójica desconfianza que por parte de la "organización" se nos inoculaba hacia nuestro buen guía Saad. En fin, resumiendo mucho, para mí el viaje mereció la pena por tres razones.
La primera, por haber podido hablar con Saad largas horas de madrugada, caminando lejos del campamento una noche de luna llena, explicándome cómo se orientan sin GPS los nómadas en el desierto, intimando con detalles de la vida personal y familiar de cada cual que obviamente no detallaré aquí, y expresándome los anhelos y las esperanzas del Frente Polisario, cargado de años de abandono y sufrimiento de los que, por cierto, no debiéramos sentirnos ajenos. Me maravilló la capacidad de encuentro que tenemos los seres humanos cuando dejamos fluir lo mejor de nosotros mismos, cuando sacamos lo que nos vincula y aparcamos y miramos con humor lo que nos distancia. Que bien se entendían su Alá y mi Dios cuando se superan las miopías y los prejuicios. Él musulmán suní y yo cura católico en fraternal encuentro personal a la luz de la luna, en una interminable y profunda conversación. Sin duda, Saad, interlocutor de gran hondura humana, espiritual y cultural, era bastante más que un simple guía. La efectividad de su gestión en medio del desierto, para, en poco más de media hora, poner a nuestra disposición 1000 litros de combustible, lo acreditaba como alguien con auténtica solvencia personal en la zona liberada. De ahí su perplejidad por nuestra renuncia a los objetivos del viaje y su dolor por la inevitable escisión que provocó el episodio de la falta de gasoil. "En el desierto no se abandona ni al enemigo. Es como las leyes del mar". Se ve que esas elementales normas de humanidad se nos han ido olvidando en Occidente y por eso necesitamos tantos y tan farragosos Códigos para protegernos de nosotros mismos. La segunda experiencia imponente fue el volver por toda la línea de costa, literalmente pegados al mar desde Mauritania y todo Marruecos -todo África del Norte Occidental-. Y hacerlo desde el mirador de excepción que es la baca del Toyota Tonytero experimentando a la par la brisa del Atlántico, la inmensidad de este Océano y los desiertos de arenas cambiantes: ora rojizas, ora blancas... Confieso que al mismo tiempo que disfrutaba de este paisaje estremecedor, no dejaba de sacudirme la conciencia lo que se contemplaba por estribor cada vez que nos aproximábamos a zona de pescadores: decenas y decenas (¿centenares?) de cayucos y decenas y de decenas de pescadores en condiciones miserables. No hace falta mucha capacidad para ponerse en el lugar del otro para entender su frenético impulso por subirse a cualquier cosa que flote y buscar una vida mejor. El contraste entre nuestros potentes coches, las rodadas sobre las playas vírgenes y una pobreza con tan pocas expectativas resultaba a menudo hiriente. Sobre, todo sabiendo que bastaría con abrir sólo un 1% más nuestros mercados a sus productos para que la imparable curva del declive revirtiese. Por eso, ya desde aquí, con compañeros africanos y otros con muchos años en ese continente, se iluminan algunos errores movidos por la buena voluntad. Por ejemplo, que es un fallo garrafal darles caramelos, que no forman parte de su mala dieta habitual, que precipitan sus caries y... allí no hay dentistas accesibles, y torna a los niños en insufribles pedigüeños. Que puestos a regalar -casi nadie lo aconseja por los negativos cambios comunitarios que introduce- es mejor regalar fruta... Que las ayudas puntuales, salvo emergencia vital, suelen resultar contraproducentes, que son necesarios programas que cuenten con los interesados... En fin, no es ahora el momento de detallar un Código de buenas prácticas, pero sí que me venía a la memoria, algo que escribí hace años, referido a peores intenciones, insistiendo en distinguir entre ONG sin-ánimo de lucro y ONG sinónimo de lucro; como diría el Sanz, suena parecido, pero "no es lo mismo". La tercera experiencia positiva es la riqueza cultural que integra ese nosotros colectivo del que nunca debimos despegarnos que es la humanidad. Pensando que el hombre, blanco y europeo es el ombligo del mundo nos cerramos a una preciosa diversidad (con sus matices, naturalmente). Reconozco que del viaje volví un poco harto de la pretenciosa prepotencia del hombre blanco, de su machismo latente o patente, de su falta de respeto a otras culturas, de su afición a resolverlo todo con dinero. Me sorprendió, por el contrario, la educación extremada de las clases populares marroquíes, la dignidad moral, la capacidad de sufrimiento, y el idealismo de los saharauis, la acogida y hospitalidad de los mauritanos, su forma entrañable y sincera de nombrarnos "hermano español"... las ganas de todos por vivir y salir del atolladero. Me quedo, por fin, con la "boda" en Laayoune que muchos se siguen preguntando si fue de verdad (¡pues claro que sí!) y con lo mejor de todos y cada uno de los que formamos parte de la expedición (sin excluir a nadie). En todo caso, mereció la pena el viaje que me permite poner lugares, colores, olores, ¡incluso nombres! a lo que antes era tan sólo una mancha marrón clarito en el plano de un continente prácticamente desconocido. Seguro que volveré, pero en muy otro plan. Un beso. Josito


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